Los Cátaros: ¿Santos o demonios?
Los Cátaros: Santos o demonios
Por: A. Malebranch E. D.
Según Jacques le Goff e su libro La Baja Edad Media “El catarismo es la doctrina de los cátaros (o albigenses), un movimiento religioso cristiano de carácter gnóstico que se propagó por la Europa Occidental a mediados del siglo XI y logró arraigar hacia el siglo XII1 entre los habitantes del Mediodía francés, especialmente en el Languedoc, donde contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos de la Corona de Aragón”.
A la región llamada de Occitania, al sureste de Francia, a mediados del siglo doce, comienzan a llegar los cátaros (o albigenses), que, significa puros o perfectos y que según algunos historiadores, estos señores y mujeres que vestían como monjes pobres, eran personas bondadosas, que decían ser cristianos, sus sermones estaban impregnados de amor, tolerancia, solidaridad y libertad, razón por la cual cada vez tenían más y más acogida por el pueblo, tanto de humildes, como de nobles y ricos
Al llegar a la región de Occitania, dicen algunos historiadores
que los cataros encontraron que la iglesia católica apostólica y romana se
caracterizaba, en aquellos lugares, por la corruptela del clero, cuyos miembros
eran considerados parásitos porque vivían de la extorsión que le hacían al
pueblo con los famosos diezmos y disfrutaban de la vida alegre rodeados de
concubinas, llamadas barraganas.
Los cátaros horrorizados por lo que presenciaron se dedicaron, en
sus sermones, a atacar a la Iglesia Católica Romana con acusaciones de sinagoga
de Satanás, basílica del diablo y otros epítetos que lógicamente a los jerarcas
de la Iglesia Católica no debió gustarles ni un poquito.
Pero ojo abierto y oído despierto con lo que predicaban los
cátaros:
El siguiente párrafo ha sido tomado del libro: La inquisición el
lado oscuro de la iglesia, escrito por Primitivo Martínez Fernández: “No hay
que edificar iglesias, sino más bien destruir las ya edificadas, puesto que la
oración es igualmente benéfica dentro de una taberna o en una plaza pública que
en el interior de un templo, al pie del altar. El pan bendecido y consagrado
por las manos de un sacerdote no se diferencia del pan bendecido y consagrado
por manos laicas. La limosna no es buena, toda vez que los cristianos deban
obrar de modo que entre ellos no haya ricos ni pobres, ni deban tener medios
para socorrer al necesitado, ni ocasión de ejercer tal acto de caridad. Y
agregaban que la Iglesia romana era una caverna de ladrones
Los cátaros decían que los seres humanos estábamos destinados a la
salvación de modo inevitable, contrariando a la Iglesia, recordemos que uno de
los mayores inventos de la Iglesia
Católica para someter al pueblo es el infierno. Para los cátaros el infierno es
estar relacionados con la materia y por lo tanto el infierno estaba aquí, en la
tierra, además, como creyentes de la
reencarnación, decían que por medio de varias reencarnaciones los humanos nos
iríamos limpiando hasta llegar a la completa espiritualidad. Además decían, otra
herejía para aquellos tiempos, que uno reencarna unas veces en hombre y otras
en mujer porque para Dios tanto hombres como mujeres somos iguales, y todos
sabemos que la Iglesia Católica no lo acepta así, y de ahí que a las mujeres no
les sea permitido ordenarse como sacerdotes, ni mucho menos ser obispos o altos
jerarcas de la Iglesia. Los cátaros criticaban la vagabundería y la opulencia
en que vivían los obispos y el Papa.
Para combatir la herejía de los cátaros, la iglesia católica fundó
la Inquisición en el año de 1.184, y fue precisamente el Papa Lucio III, quien
promulgó la encíclica Ad abolendam,
Como podemos imaginar, los cátaros serían los primeros en ser
ejecutados, por la naciente institución del Santo Oficio más conocidos como los
tribunales de la Santa Inquisición
Pues resulta que al no poder derrotar a los Cátaros en franca
disputa de argumentos teológicos, el sacerdote Domingo de Guzmán, hoy elevado a
la categoría de santo, fue encargado por la Santa Madre Iglesia de vencerlos
con la predicación, pero este santo sacerdote al verse derrotado dizque dijo:
“Donde no vale la predicación, prevalecerá la estaca”.
Los historiadores dicen, que la Iglesia Católica acusó de herejía
y de prácticas diabólicas obsenas a los cátaros para justificar su persecución que,
como ya lo hemos visto, no eran herejes ni malos, pero sí fuertes críticos de
los abusos del poder mundano de los jerarcas de la Iglesia Romana, en síntesis
los acusaron diciendo: “Que celebraban sabbat, en los que Satán se ofrecía a
los asistentes en forma de animal del que salían llamas por sus orejas y que,
con su espantosa voz, hacía entrar en trance a unos, mientras que otros perdían
el conocimiento, durante varias horas”.
dijeron además que “El demonio presidente copulaba con las mujeres
analmente, obligándolas a mantenerse como las cabras al ser penetradas por el
macho, apoyadas sobre las plantas de los pies y las palmas de las manos y que
su esperma era amarillo y mal oliente. Después, todos copulaban entre sí,
principalmente mediante prácticas homosexuales”.
Esta acusación es falsa, a todas luces, si se tiene en cuenta que
los cátaros, en sus predicaciones siempre apologizaban la castidad y la
monogamia y decían que al matrimonio solo se debe llegar con fines de
procreación, ya que consideraban un error traer un alma pura al mundo material para
aprisionarla en un cuerpo sin el apoyo de una familia.
Cualquiera se preguntará: ¿cómo la Santa Madre Iglesia Católica
Apostólica y Romana urdió semejantes calumnias?
Lógicamente que para lograr que el pueblo repudiara a los cátaros
y ahí sí poder acabarlos sin recibir las críticas del público
La jerarquía eclesiástica tuvo miedo de que sus creyentes ya no lo
irían a ser tanto, por creerles a los cátaros, y de que su poder y sus riquezas
se podrían debilitar, entonces usurparon el nombre de Dios, para recurrir al
terrorismo, a la violencia y al miedo. Se apoyaron afanosamente en el diablo
para someter al pueblo y restablecer así su poder y riquezas. El temor de la
Iglesia a que la gente se instruyera llegó a tal punto que la gente, al no
estar preparada para comprender la Biblia, podía malinterpretarla, y la gente
solo podía conocer partes que eran enseñadas por los curas.
El Papa Inocencio cuarto, ya en operación de la Santa Inquisición, mediante
la bula Ad extirpanda, en mayo de 1.252, autorizó el uso de la tortura,
que Alejandro cuarto, en el 1.259, y Clemente cuarto en el 1.265 lo confirmarían.
Al principio los inquisidores utilizaban el fuete de flagelación,
luego le fueron agregando más y más instrumentos y métodos para que el dolor
causado al acusado fuera más terrible y terminara inculpándose a sí mismo, así
en sus adentros su conciencia le estaba gritando que era inocente.
Así que con la venia del Papa, los santos inquisidores debieron
usar estos métodos e instrumentos en
contra de los cátaros y lógicamente que en contra de todo aquel que fuera
encontrado culpable de herejía
¿qué otras formas de tortura se aplicaban en la Inquisición?
—Muchas, tales como: el potro, la garrucha, el agarracuellos, las
pinzas y las tenazas ardientes, las máscaras, las jaulas colgantes, el potro en
escaleras, el collar penal, el cinturón de San Erasmo, la cigüeña, la flauta
del alborotador, el aplasta pulgares, el péndulo, la picota en tonel, el
aplasta cabezas, la rueda para despedazar, el collar de púas, el barbero de
hierro, el cinturón de castidad, el desgarrador de senos, el garrote, el toro
de falaris, el cosquille ador garras de gato, la cuna de Judas, la doncella de
hierro, la horquilla del hereje, el strappardo, la cruz, el taburete de
sumersión y otros.
Parece imposible que tantos aparatos de tortura hayan usado los
inquisidores.
—Y para sorprenderse más, la tortura se usaba no solo para
castigar a condenados sino para que confesaran los sospechosos. Pero miremos a
groso modo en qué consistían algunos de estos aparaticos, y os imaginarás el
dolor que podía causarle a la pobre víctima. Las pinzas, las tenazas y las
cizallas se utilizaban preferentemente ardiendo para las narices, los dedos de
las manos y de los pies y los pezones; las pinzas alargadas servían para
desgarrar el pene y hasta amputarlo. Las máscaras mutilaban permanentemente la
lengua con púas afiladas y hojas cortantes. A quien se le imponía la máscara,
era exhibido en la plaza, para que la multitud lo golpeara, le vaciara orines y
hasta excrementos humanos en la cara, a muchos les causaron heridas en los
senos y en las partes íntimas, como la vagina o el ano. Las jaulas colgantes,
como su nombre lo indica, eran jaulas como las que podrán haber visto en el
cine o en los antiguos circos para mantener custodiados a los leones. En esa
jaulas, que colgaban de algún balcón, de algún lugar alto o de los puentes, se
encerraba a las víctimas, desnudas o semidesnudas, y allí permanecían hasta
morir de hambre, de sed o simplemente de frío o calor. Claro que quien iba a la jaula ya había
pasado por alguna otra tortura previa. Dicen historiadores de estas macabras
acciones eclesiásticas que un condenado a la jaula colgante se moría y allí se
dejaba hasta que por pudrición sus huesos se desprendían. Como nos podremos
imaginar, allí se lo comerían los buitres u otros carroñeros.
En algunas ciudades un poco más civilizadas, dizque rodeaba la
jaula con correas para evitar la caída de los huesos. El potro consistía en una
tabla bien reforzada, sobre la que se ataba con cuerdas al acusado por las
muñecas y los tobillos. Las cuerdas de las muñecas estaban fijas a la tabla, y
las de las piernas se iban enrollando a un rodillo giratorio. Este rodillo
hacía tres giros, y en cada uno producía un alargamiento o estiramiento de los
miembros del castigado, lo que a este le producía terribles dolores. Si no
confesaba, entonces se aplicaba un segundo giro del rodillo, y en muchas
ocasiones hasta un tercero, que, dicen los cronistas de la época, alargaban al
penitente hasta en treinta centímetros, produciéndole la dislocación de los
miembros, la columna vertebral y los músculos, además de la ruptura de venas,
tórax y abdomen. O sea que quien caía en el potro quedaba paralizado e iba
desmembrándose poco a poco, las funciones vitales iban cesando con el paso de
las horas, y si por suerte sobrevivía, quedaba inválido de por vida,
¿Quiénes eran los verdugos, capaces de aplicar castigos así, sin
compadecerse?
—Los verdugos, eran sacerdotes, por lo regular cubiertos desde la
cabeza hasta los pies en su sotana, y llevaban cubierta su cabeza con una gran
capucha que les daba una imagen grotesca y tenebrosa. Posiblemente sí se
compadecían, pero podía más su fe, que había que defender como fuera, ellos
creían ciegamente en que era la Iglesia de Dios.
Miremos, ahora, el collar penal, consistente en llevar un anillo
en el cuello, unido a una cadena en cuyo extremo pendía un peso, podía ser una
piedra, o un bloque de metal, este peso lo tenía que llevar el condenado
durante mucho tiempo en sus manos, e incluso de por vida. Al cansarse, el peso
se podía depositar en el piso o algo, pero no se podía quedar allí toda la
vida, tenía que moverse, y por lo tanto llevarse su piedra. Muchas veces la
anilla de este artefacto no iba en el cuello, sino en cualquier otra parte del
cuerpo, como por ejemplo en los tobillos, en la cadera, como cinturón, o en la
muñeca como manilla.
—La víctima debió sufrir— aparte del esfuerzo, la abrasión del
cuello con la consiguiente infección.
Afortunadamente estos daños sufridos no solían ser mortales, por
lo menos no en los primeros días.
El cinturón de san Erasmo consistía en una especie de cinturón o
correa con puyas en su interior, que al ser colocada alrededor de la cintura de
la víctima, hería la carne, y no solo eso: con la sola respiración de quien lo
portara, se hundían más las puyas en la carne produciéndole a la víctima,
aparte del intenso dolor, infección, hasta el punto de llegar a producirle
gangrena. Dicen algunos historiadores, no sé si con verdad o fantasía, que
había verdugos que le agregaban al cinturón gusanos carnívoros que se
introducían en el cuerpo y que muchas veces le llegaban a pudrir el abdomen.
Alguien alguna vez dijo: En la Iglesia no puede ser que hayan
existido mentes tan abominables que sean capaces de ver sufrir a alguien
aplicándole un artefacto tan nefasto.
Yo quisiera que esto no fuera verdad, pero desafortunadamente no
es así, estos artefactos son los que se exhiben en los museos de la Santa
Inquisición en varias ciudades donde existieron estos santos tribunales,
incluso muchos de ellos se pueden ver en este país, en Cartagena
Otro instrumento era el látigo, que todos conocemos, pero estos
látigos inquisitoriales —no eran de una sola cuerda, sino de tres y más, los
hubo hasta de ocho cuerdas, y no eran lisos como el del látigo negro, sino con
esquirlas incrustadas a lo largo de cada cadena o cuerda, o latas de acero,
como cuchillas o estrellas de metal, como para desollar el cuerpo de la víctima
con cada fuetazo. Entre estos látigos había uno largo al que llamaban el gato
de nueve colas, que podía dejar lisiada a la persona con tan solo un golpe;
también era muy conocido otro látigo corto que llamaban nervio de toro, con el
que le desprendían la carne al infeliz acusado hasta dejar el hueso a la vista,
y eso no es todo, a esos látigos los impregnaban con agua salada y azufre para
que doliera más y el torturado confesara.
Otro artefacto era la flauta del alborotador, que era una especie
de trombón, flauta, o trompeta, hecho en hierro, que tenía una manilla que se
le colocaba al preso en el cuello, se le cerraba por detrás, y se le colocaban
los dedos en los cortes de la mordaza del aparato. Una vez colocados así los
dedos, el verdugo apretaba estas mordazas hasta aplastarle no solo la carne, sino
hasta los huesos. Esta denominada flauta la utilizaban los santos inquisidores
para castigar a quienes utilizaban palabras de grueso calibre o soeces, o a
quienes hacían alboroto frente al templo de la Iglesia Católica, o sea que se
utilizaba para castigar delitos menores.
Por último veamos la cigüeña, que es un aparto de hierro que
sujeta a la víctima del cuello y al mismo tiempo de las manos y los tobillos,
generándole una posición tan incómoda que le provocaba calambres dolorosísimos
en los músculos rectales y abdominales y al poco tiempo en todo el cuerpo. Así
lo mantenían al prisionero durante horas, soportando unos terribles dolores, y
si se trataba de castigar a un condenado, y para calmarle el sufrimiento de los
dolorosos calambres, lo podían quemar o mutilar a golpes.
—Realmente es increíble —que la Iglesia de Dios haya sido capaz de
infringir semejantes atrocidades a la gente, solo por tener creencias distintas
a las suyas.
Nadie está obligado a creer como ingenuos en lo que les digan o
enseñen, siempre hay que dudar, y la duda los llevará a investigar, a leer, Así que no crean ciegamente en lo escrito en
este artículo, consulten otras fuentes,
pero fuentes serias, no a fanáticos, que los hay para las dos orillas
Además valga la pena advertir que ni siquiera eran tormentos para
los incrédulos, sino incluso para simples sospechosos de serlo, pero me parece
que es más ignominiosa la actitud de la gente, incluso la de estos tiempos, que
a diario visitan los museos de la Inquisición e impávidamente pasan, mostrando,
de pronto, alguna admiración, pero sin ponerse a pensar en lo que pudieron
haber sufrido los desdichados acusados, y hasta justifican el tormento que
aquellos padecieron, por tratarse de ser incrédulos. Claro está que la Iglesia
sostiene que se adoptó el método de la tortura porque era socialmente aceptado
en el contexto social de la época.
—O sea que la tortura no fue un invento de la Iglesia—Es cierto,
la tortura ya existía, pero eso no exime a la iglesia de su gran
responsabilidad de agredir de semejante forma a hermanos de especie,
sencillamente porque, como nos lo han repetido miles de veces, la Iglesia es de
Dios, y Él mismo la regenta. Entonces nos preguntamos: ¿la Iglesia es de Dios o
es de humanos? Si fuera de Dios, no habría cometido tantos errores, porque Dios
es infinitamente sabio y omnipotente; ahora, si la Iglesia cometió errores por
aquello de las costumbres de la época, es porque no es divina.
Y aunque ya la Iglesia se “disculpó” por esos crímenes del pasado,
no es suficiente, porque todo el dolor y el sufrimiento que ocasionaron no
podrán ser remediados con disculpas y arrepentimientos tardíos. Debería de
haber una manera de compensar toda esa época de terror y sangre. Pero vemos con
impotencia que un sistema que permitió y realizó tales crímenes, en lugar de
haber desaparecido, ha aumentado su vigencia y su poder.
¿la Inquisición tendría derecho a privar de la libertad, torturar
o matar a seres humanos en nombre de Dios?
Y eso no es todo, además, si el presunto hereje era el jefe de la
familia, no solamente él pagaba, por un delito nunca cometido, sino que al
confiscarle sus pertenencias dejaban a su familia en la pobreza económica más
inmunda, acarreando la desintegración de ella. A esto agreguémosle que la herejía era repudiada por la gente, que
le huía peor que a la peor de las pestes,
entonces el pobre detenido cargaba con el estigma de ser enemigo de todo
el mundo, y por eso tenía que soportar la soledad total ya que era
incomunicado, sin saber nada de su familia ni del desarrollo de su proceso. Y
yo creo que eso debió ser la peor tortura sufrida por el condenado y su
familia, era peor que la desaparición en los tiempos actuales.
La cárcel de la Santa Inquisición se ha considerado siempre una de
las mayores desgracias que podía sufrir un ser humano, al tener en cuenta, como
valor añadido, la imborrable mancha que le producía al preso, a su familia y
hasta a sus descendientes.
Cuenta un cronista de la época que los inquisidores castigaban a
los descendientes del sospechoso con directrices como la que se lee a
continuación: “Quedan inhabilitados los hijos de los herejes para la
posesión y adquisición de todo género de oficio y beneficio; cosa justísima,
porque conservan la mácula de la infamia de sus padres, y estos son retraídos
del delito por el cariño paternal”.
Como claramente se deduce, la Iglesia no solo se cree dueña y
custodio de la fe, sino de la misma vida humana en todas sus facetas. Dice el
cronista: “Muchos presos, no pudiendo soportar las penalidades de la cárcel,
fallecían en ellas, pero esto no los libraba de que fuesen juzgados, condenados
y sus restos quemados en la hoguera, si eran declarados herejes. Todo ello
sucedió por todas partes durante varios siglos”.
Lo más sorprendente, es que el pueblo aprobaba con júbilo la
inquisición, sin pensar en el padecimiento de los infelices reos y sus
familiares, al respecto bien como anillo
al dedo el siguiente relato, encontrado en la Internet:
Leamos esta nota: El sórdido espectáculo de la hoguera de la Inquisición está por comenzar, la plaza del pueblo está abarrotada de gentes que han venido de todas partes a presenciar con hipocresía el rechazo por el hereje que va a ser quemado», y la crónica continúa con el siguiente capítulo de la más vil humillación a que se pueda someter a un ser humano inocente, porque la herejía no existe, sino solo en la mente de los inquisidores: “Finalmente, se ata al condenado a un palo, encima de la pira a la que se prende fuego. La plaza queda envuelta en gritos y en otra luz dentro de la luz metálica del día. Las lenguas de fuego envuelven la carne, la lengua de los predicadores envuelve a la multitud; ejemplo y plegaria asociados. Ante los ojos de los condenados, se agitan brazos y cruces, invitaciones a confesar y a arrepentirse. El fuego llega a los pies desnudos, rodea la ropa, sube por la cintura, envuelve el cuerpo. El humo lanza imágenes de demonios convulsionados, que abandonan el cuerpo del condenado y lo preceden a los infiernos. Los niños ven y comprenden: el mal existe para ser derrotado. El bien debe ser imitado. Mañana jugarán a ser inquisidores del compañero de piel más oscura”.
¡y por qué la iglesia sigue ahí?
—Vuelvo y repito: no por el infinito poder de Dios sino por la
infinita imbecilidad nuestra.
BIBLIOGRAFÍA
1) Jacques le Goff. Historia Universal
siglo XXI. La Baja Edad Media,p.174.ISBN 84-323-0007-7
2) https://books.google.es/books?id=m2Mt7cvNwz4C&hl=es
3) https://es.wikipedia.org/wiki/Cruzada_albigense#:~:text=La%20cruzada%20albigense%20%E2%80%94denominaci%C3%B3n%20derivada,los%20Capetos%20(reyes%20de%20Francia
4) http://www.vallenajerilla.com/berceo/florilegio/inquisicion/cataros.htm
5) https://es.wikipedia.org/wiki/Inquisici%C3%B3n#:~:text=La%20Inquisici%C3%B3n%20real%20se%20implant%C3%B3,m%C3%A1s%20tarde%20vieron%20irregularidades%20procesales
6) Peters, Edward (1987). La tortura.
Madrid: Alianza Editorial. ISBN 84-206-0251-5.
7) Julio Caro Baroja: El señor inquisidor
y otras vidas por oficio, Madrid: Editorial Alianza, 2006, ISBN 84-2066-009-4
8) Beatriz Comella (2004). La Inquisición
española (4 edición). Rialp. ISBN 9788432131653.
9) Marcelino Menéndez Pelayo: Historia de
los heterodoxos españoles, Madrid: CSIC, 2001, ISBN 84-0007-289-8
10)
Julien Théry,
"Fama: la opinión pública como presunción legal. Apreciaciones sobre la
revolución medieval de lo inquisitorio (siglos XII-XIV)", en E.
Dell’Elicine, P. Miceli, A. Morin (Dir.), "De jure: nuevas lecturas sobre
derecho medieval", Buenos Aires: Ad Hoc, 2009, p. 201-243, en línea.
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